domingo, febrero 19, 2006

Conciencia Revolucionaria y Clase para Sí


Conciencia Revolucionaria y Clase para Sí.
G. Munis
Publicado en Alarma, 2ª Serie, Nº 31
Enero/Febrero 1976
Digitalizado por: Un Comunista (de Chile)

Entre todos los grupos que a tuertas o a derechas se tienen por revolucionarios, ningún tópico es tan sobado y resobado como éste de la conciencia. Los escritos que tratan de ella como tema conceptual son raros e insatisfactorios. {Ejemplo reciente de vacuidad es el libro “marxisme et conscience de classe” (marxismo y conciencia de clase) (collection 10-18, París 1975). Más de 400 páginas andándose por las ramas, sin entrar en el meollo del sujeto enunciado en el título, ni definir siquiera lo que ha de entenderse por conciencia de clase. El autor, Henri Weber. La confina en el Partido, y el Partido lo da por prefigurado en si Liga Comunista, que no pierde oportunidad de arrodillarse ante el estalinismo. Con señalar que Weber ve en el programa común francés un signo de concesión stalino-socialista al proletariado, queda evidenciada la calidad no revolucionaria de su conciencia.} En cambio, apenas puede leerse una publicación proletarizante que no la invoque, siempre para remitir el hecho revolucionario mismo al momento de su aparición en el proletariado (en francés toma, “prise de conscience” casi como la toma de un elíxir). Creyendo elevar el tema, algunas de esas publicaciones echan manos de la substitución dialéctica de la clase trabajador en sí por la clase para sí. Llegan a igual resultado, y por añadidura convierten en un mismo factor clase para si y conciencia revolucionaria, lo que denota un importante defecto de concepción dialéctica precisamente.

En ese dominio no menos que en otros del pensamiento teórico, confusión y pobreza provienen directa o indirectamente de 40 años de inactividad del proletariado internacional, la cual, a su vez, ha consentido el crecimiento capitalista postbélico. A la inversa, los referidos grupos (trotskistas, bordiguistas, consejistas, penitentes en mesiánico engreimiento tipo Revolución Internacional, amén de los literatuelos del espectacular “strip-tease” situacionista) toman efectos por causas mientras la causa real del efecto la ignoran de todo en todo. Temiendo abandonar terreno materialista, se refugian en un materialismo ramplón. A su entender, la somnolencia del proletariado en cuanto clase revolucionaria es consecuencia obligada del crecimiento capitalista, confunden este último con desarrollo del sistema, y por ende se les escapa el por qué de las derrotas anteriores, o bien las achacan a la inmadurez de las condiciones objetivas. Así, la espléndida acometida de la clase trabajadora entre las dos guerras aparece como atolondrada impaciencia suya o de los revolucionarios en su seno, y en todo caso, pierde significación. En tal orden de lucubraciones hay quienes clausuran el período revolucionario anterior a 1920 o 1922, con la derrota de la revolución en Alemania. Tanto vale decir que no ha existido ofensiva proletaria fuera de Rusia o Alemania. De una manera u otra, todos se inventan una cómoda base material para explicarse el rechazo de la revolución entre guerra y guerra y la ausencia del movimiento insurgente mundial desde la última acá.

Desentendiéndose del aspecto subjetivo de la experiencia anterior, en particular de 1914 a 1937, ese materialismo abdica a la dialéctica, incapacitándose así para ver las objetivaciones negativas de aquella, sedimentadas durante decenios. Mal puede, por lo tanto, aprontar la nueva subjetividad requerida para desprenderse de tales objetivaciones y poner a contribuciones los factores económicos, culturales, psíquicos, científicos, dados, acumulados y reiterados por la historia.

Errando de tal modo en las premisas, se yerra de necesidad, y con agravantes, en las consecuencias. En efecto, las ideas tocantes a los vericuetos o las situaciones que hubieran de permitir a la mentada conciencia deslizarse en los cerebros proletarios, cuando no son evolucionistas, son milagreras, las unas triviales las otras chuscas. Se quedan dentro de un mecanismo simplistas, cuando no obtuso, pero, se sobrentiende, de ínfulas dialécticas y hasta con algún texto de Marx por escapulario. Véase más de cerca.

Entre los milagreros hay dos categorías: los milagreros de la crisis de sobreproducción y los de la caída definitiva de la tasa de beneficio del capital. Según los primeros, las condiciones objetivas de la revolución no están dadas mientras el capitalismo crezca, y la clase obrera misma no piensa en ella cuando encuentra el llamado pleno empleo. Los secuaces de tal visión desdeñan, por consecuencia, dirigirse a las clase, viven en círculo de íntimos, destilando su propia pureza. Están al aguardo de su hora, y han localizado su hora en la crisis de sobreproducción, con el paro obrero en escala gigantesca, la quiebra de las más sólidas compañías capitalistas y la baja salarial de los obreros no despedidos. Entonces, el círculo de íntimos se echará a la plaza pública cual conciencia en carne y hueso, y el proletariado irredento la hará suya. No caricaturizo: así se presenta la famosa “prise de conscience” para los milagreros de Revolución Internacional. Y comparten la misma idea, sin otra variante que la actitud cotidiana hasta el momento de la crisis, los diversos conciliábulos trotskistas. Peor la comparte también el estalinismo, en la media que una gran extensión del paro obrero en occidente le permitiría poner en juego el embauco de presentarse como salvador socialista reclamando la nacionalización generalizada.

Dándose visos de científicos, la otra variante milagrera asegura que la adquisición de conciencia por el proletariado, por tanto la posibilidad de revolución misma, llegarán cuando la mengua tendencial de la tasa de beneficios del capital toque su fondo. A fuer de materialistas bastos, sus teóricos, bordiguistas entre otros tenían que encontrar un motivo económico mayor que vede la continuación del sistema capitalista. Es inapelable que cuando llegue ese momento, no quedando un pijotero negocio de hacer, el capitalismo finiquitará. Pero en tal caso finiquitaría como llama que consume todo el oxígeno disponible. Lejos de ser liquidado revolucionariamente, por el paso de un tipo superior de sociedad, con él y en delantera de el irían consumiéndose las condiciones objetivas de la revolución y el propio proletariado como clase revolucionaria. Eso basta para ver claro, sin necesidad de entrar en otros aspectos, que tal categoría de milagreros cae en desvarío aún peor que la primera. Si su ideación se realizase, sería preocupación imperativa general, no la revolución, sino la simple sobreviviencia de los individuos, siquiera como esclavos o nuevos siervos de la gleba.

No existe en la actualidad corriente alguna que conciba evolutivamente el paso del capitalismo al comunismo. Las organizaciones estalinistas y socialistas, de cualquier bordo que sean, hablan, cierto, de ese paso pacífico y legal, pero lo hacen a sabiendas de que se trata, para ellas de atracar en el capitalismo de Estado. En cuanto visión social, el reformismo se acabó hace sobrados años. Hablar pues de una socialdemocratización del movimiento obrero enturbia todo concepto, impide tener noción exacta del período histórico que vivimos, y desde luego aísla el buena trabajo revolucionario inmediato y futuro. Para colmo, certifica como veraz la demagogia democrático-burguesa del estalisnismo. En tal sentido asistimos, por el contrario, a una estalinización de lo que fue el reformismo y hasta de las propias instituciones del capitalismo occidental. Sin embargo, hay un neto relente evolucionista en determinadas nociones tocantes a la formación de la conciencia revolucionaria del proletariado y la continuación de la clase para sí. Aunque no pase de ahí, reblandece la acción combativa de sus adeptos; la acción es por su propio impulso conciencia y formadora de mayor conciencia.

Dos son también las corrientes principales de ese evolucionismo. Una de ellas cree poder suscitar conciencia en la masa de asalariados poco a poco, mediante peticiones de carácter inmediato, o sea de simples mejoras dentro del capitalismo. Eslabonándolas con radicalismo progresivo, el proletariado pasaría, pretende, de la mentalidad democrático-sindicalista a la mentalidad revolucionaria, de la defensiva a la ofensiva contra el sistema, de clase gobernada a clase gobernante. De ahí se deduce el trabajo fraccional en los sindicatos, o en el sindicalismo de pretensiones revolucionarias, el frente único con el estalinismo y el ex reformismo, la utilización de los parlamentos, así como las consignas: gobierno de los dirigentes de esas organizaciones (falsamente tildadas de obreras), control obrero de la producción, nacionalización de la industria y otras por el estilo. Con todo también ese evolucionismo táctico deposita sus esperanzas en la crisis de sobreproducción. Sin ella, no entrevé solución posible, ni por ende, aplicación fructuosa de su tacticismo. En el mejor de los casos-y casi todos son peores-sigue las huellas de los bolcheviques en 1917, cual en su tiempo hizo el programa de transición de la IV Internacional incipiente.

Retraso enorme, pues desde entonces han cambiado profundamente la naturaleza de las organizaciones antes obreras, la experiencia de la lucha de clases mundial y las posibilidades inmediatas de la revolución comunista, mientras el capitalismo, por su parte, se adentra en la forma estatal, signo inequívoco de su reaccionaria decadente nocividad. De ahí que estas tendencias en cuestión se sitúan hoy a la derecha de cuando exige hoy la actividad revolucionaria.

El otro evolucionismo inconfeso lo inspira la ya antañona frase de Otto Ruhle: “La revolución no es asunto de partido alguno”, aberrante deducción de la inapelable sentencia: La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos. Se trata, ya sobreentendido, de la tendencia llamada consejista. Su simplismo teórico ha conocido en los últimos años un rebrote en calidad de reactivo al abrumador peso de la contrarrevolución estalinista, con toda su nefasta obra en Europa y Asia desde antes de la guerra hasta el presente. La contrarrevolución aparece como cosa de partido, la revolución, por consecuencia es contemplada como necesariamente antipartido. Y la conciencia revolucionaria resultaría, entonces, de una lenta, progresiva adquisición de la clase en el seno del capitalismo, y hasta los propios consejos obreros una vez surgidos. Procurando obviar esa dificultad los consejistas llaman al auxilio del economismo de la crisis de sobreproducción asociado a un falso espontaneísmo. Acciones espontáneas de la clase obrera debatiéndose contra los efectos catastróficos de la crisis, precipitaría, prentenden, la formación de conciencia y con ello la victoria de la revolución. Encubren así un yerro con otro yerro, pues lo único verdaderamente espontáneo es lo creado por el movimiento histórico en cuanto condiciones social y en tanto ocasiones concretas de luchas. Ni la clase obrera ni los revolucionarios tienen posibilidad de elegir entre unas y otras. Acertar en su interpretación y conseguir utilizarlas, en eso consiste el cometido de los revolucionarios y con ellos de su clase. En cuanto a las llamadas acciones espontáneas de la clase obrera, parten, todas de una iniciativa por desconocida que sea, de lo contrario no podrían reproducirse. Son pues acciones volitivas en un terreno muy propicio, por lo general ignorado. Sin él, imposible provocarlas. Negarse a crear un partido que se esfuerce en interpretar atinadamente la espontaneidad dada por el devenir, es reducir al mínimo la volición, el empuje combativo del proletariado, cuando no desangrarlo.

La emancipación del proletariado como obra del proletariado mismo presupone su constitución partido y es imposibilidad absoluta sin tal constitución. Pero esta misma no será jamás unidad maciza. Cerrada, sino necesariamente compuesta, abierta a la rosa de los vientos revolucionarios. De lo contrario no se trataría del proletariado constituido en partido, sino de un partido constituido en proletariado o sea de una usurpación. Lo compuesto de ese proletariado erigido en partido irá, va ya bajo su condición actual de clase explotada, desde la pasividad indiferente a cualquiera acción, hasta la acción y el conocimiento máximo asequible, pasando por todas las graduaciones imaginables. La exaltación originada por la victoria obrera reducirá poco a poco el peso muerto de los pasivos, enardecerá por contrario, a la gran mayoría, y sobre todo suscitará a medida de su propia consolidación capacidades y opiniones revolucionarias insospechadas, susceptibles de cuajar en tantos centros de agrupación, sin perder la unidad revolucionaria general. evitando entrar aquí en más amplio análisis por estar fuera de lugar, de ahí depende en buena parte el cumplimiento de la revolución hasta el comunismo, ya que de garantías es quimérico hablar. Es inimaginable un tipo de organización un tipo de organización social post revolucionaria que no recele, al principio sobre todo, peligros mortales, en la medida en que una fracción de la clase obrera pretendiera, con cualquier argumento, desviar el resultado del trabajo colectivo a aplicaciones que conserven o extiendan, en lugar de aplanar, las diferencias económicas del capitalismo. Una nueva categoría de explotadores reaparecería en ella.

Más o menos acusado, el evolucionismo en cuanto a la formación de conciencia no ha sido, en verdad, infrecuente excepción en la historia del movimiento revolucionario. Más debido al barullo introducido en teoría por la falaz publicidad de la contrarrevolución estalinista, a sus repercusiones tanto en la clase como en sus mejores grupos, el hecho es hoy mucho más extenso y grave. Dos teóricos que en su tiempo prestaron en sus respectivos países señalados servicios a la contrarrevolución estalinista, influencia todavía a hombres que prescindiendo de su patrocinio mejorarían sin duda alguna sus concepciones. Se trata de Lukacs y Gramsci, que no superan el economismo y caen en una suerte de evolucionismo. Aquellos mismo que hoy hablan de la conciencia revolucionaria en tercera persona (la del proletariado), y de la propia en primera persona (la conciencia de cada grupo teorizante), andan diversamente fallos al respecto.

Muy diferente por su posición como militantes es el caso de Gorter, Rhule, Pannekoek y la vieja izquierda germano-holandesa en general. no obstante, sus concepciones sobre la formación de la conciencia revolucionaria y sobre la edificación de la sociedad comunista requerirían para realizarse, particularmente en el último, tiempo indefinido de progresiva acumulación. Suponen libertad y cultura creciente para la clase obrera dentro del capitalismo, al revés de lo que ocurre. Por ello su influencia en ese dominio es disolvente.

La acumulación y a centralización ampliadas del capital arrecian en proporción a sí mismas la sujeción material y cultural del proletariado. no dejan lugar, por lo tanto, a gradualismo cualquiera en la formación de conciencia. Tampoco puede aparecer bruscamente, como conciencia revolucionaria neta en la clase entera o siquiera en la mayoría de sus componentes. El disparate mayor, sin embargo, cómico infantilismo materialista, es hablar de una formación científica de la conciencia. A ella quedaría reducida la teoría revolucionaria si tal posibilidad existiese y sin fracaso alguno posible, la victoria estaría matemáticamente asegurada en el instante histórico X en que la ciencia alcanzase su objeto formador. Solo que no se trataría entonces de una sociedad humana sino de un agregado inorgánico, a lo sumo de una termitera.

Nuestro comunismo es científico porque no saca de la imaginación los factores económicos, culturales, e incluso psíquicos de su propia hechura en el devenir humano. Los descubre en la sociedad presente y en las exigencias de cada persona, cuya satisfacción le permiten lo anteriormente adquirido puesto a su servicio. Dicho de otro modo, los descubre en el antagonismo de la organización industrial con el trabajo asalariado, que acentúa la esclavitud del hombre, cuando aquella le consciente plena libertad haciendo saltar sus cerrojos capitalistas. Pero el antagonismo no encontrará jamás desenlace automático favorable al proletariado, o si quiera inevitable en el tiempo. Seis decenios rebasados hace que la posibilidad está presente y que el antagonismo que permite y requiere la revolución comunista se ha acentuado en grado sumo, los signos de putrefacción del sistema su multiplican, mientras la conciencia y los hechos del proletariado han resbalado al punto más bajo desde 1848 acá.

Que la conciencia de clase conoce altos y bajos es mera constatación, están siempre relacionados con los avatares de la lucha viva. Pero el bajón que hemos presenciado desde la revolución española hasta la fecha no tiene precedente por su duración ni por la importancia de los daños causados. Es que la más desalentadora de las derrotas no es la ocurrida en el combate frontal, la que ha sido infligida por la felonía de supuestos amigos. Y un vistazo a los acontecimientos desde 1914, basta para convencerse de que el proletariado no ha sido vencido en país alguno por la burguesía, su enemigo secular bien identificado, sino por las organizaciones políticas y sindicales llamadas socialistas, anarquistas, o comunistas. Puntualizando, a éstas últimas-en puridad estalinista-ha correspondido el papel principal de la faena a partir de 1923. asumían así el propósito de la vieja reacción, pero con características nuevas, no burguesas, sino capitalistas de Estado y por ello susceptibles de contraponerse a la burguesía y sus monopolios hasta absorberlos de grado o por fuerza, pero agudizando hasta el paroxismo los rasgos negativos del capitalismo en general. al mismo paso, tal falsificación de las nociones revolucionarias ha ido tan lejos, que el capitalismo estatal es presentado y pensado como economía socialista en casi todo el mundo.

Como resultado de ese proceso negativo, el proletariado de Europa occidental caía presa del capital, vía representantes políticos y sindicales de la contrarrevolución rusa, a tiempo que en Europa occidental quedaba apabullado por la férrea dictadura de ésta misma. Y en todos los continentes, la mendacidad ideológica ha llegado hasta atribuir a los movimientos nacionalistas naturaleza radicalmente opuesta a la que tienen, pues desde el más hasta el menos corrupto de ellos, todos son una anacrónica y reaccionaria supervivencia del pasado, juguete venal de las grandes potencias.

Mientras tanto ninguna tendencia se destacaba que pusiese sin mitigaciones el dedo en la llaga y comprendiese que la posibilidad de revolución comunista seguía presente, sin necesidad de crisis mercantil ni de mayor crecimiento capitalista. A la objetivización reaccionaria de las antiguas organizaciones obreras se yuxtapuso así la carencia de subjetividad revolucionaria por parte de los grupos y tendencias más sanos. Resultante: el proletariado mundial, cercado por la criminal rivalidad interimperialista, permanecía inerte, dejando libre juego a todos sus enemigos, vieja y nueva reacción en colaboración-rivalidad. Tan larga ausencia de acometividad ha dado pie a determinados intérpretes para hablar, ora de una integración del proletariado al capitalismo, contrasentido estúpido, ora, de la prosperidad del capital como causa directa y suficiente de aquella inercia.

En incontestable que la conciencia de la clase históricamente revolucionaria está por debajo del nivel adquirido entre las dos guerras, a despecho de los signos de nueva rebeldía surgentes, aquí allá. Y no sólo la de ella, sino también, acentuándola la de los grupos revolucionarios, o sea, de aquellos que cabe considerar, mal que bien, como el sector más alerta de la clase. Repetición de nociones muertas, embrollo y pobreza de conceptos, ausencia de visión global del pasado y por tanto del porvenir inmediato también, son el lote general de esos grupos. Otros, con pretensiones más hueras que consistentes, pseudo-innovadores con antiguallas olvidadas, están en verdad más fuera que dentro de la clase revolucionaria. Unos y otros creen, sin excepción conocida, que la pasividad del proletariado reside en el “pleno empleo”, o en lo que llaman, acomodándose a la terminología dirigista, “sociedad de abundancia”. Es un vicio economista atávico que les lleva a manifestarse, quiéranlo que no, como sujeto de la historia de naturaleza diferente a la del proletariado. A su entender la clase no puede sentirse impelida a la lucha decisiva sino forzada por una necesidad material directa, cuando, en crisis de sobreproducción, el capital arroje al hambre 30, 60, 100 millones de obreros, o bien después de otros tantos millones de muertos en la tercera guerra mundial. En cambio, todos ellos han adquirido su grado particular de conciencia-validez real salvada aquí-al margen de cualquier experiencia propia, pues ninguno de ellos ha tenido ocasión de vivarla. Por consecuencia, la clase obrera y los dichos grupos aparecen como determinaciones y sujetos diferentes del devenir humano.

Ese es su defecto más general engendrador de otros, y lo que, cualquiera sea su importancia numérica y su propio querer, hace de ellos sectas, cada una enquistada en cuatro ideas cojas cuando no falsas, y sobre todo en sus risibles jactancias. Pretendiendo dar cuenta de un pasado mal o muy parcialmente comprendido, dándose en tal traza s si mismo como esencia del presente y del futuro, casi por las claras como punto de arranque-año1-de una nueva era, esos arbitristas modernos tachan de ideología cuanto sale de su propia ideación del actuar revolucionario. Y así, entre la Tierra prometida de la “clase para sí” y el cenizo “ideología”, mero vade retro Satanás, la flaqueza y la incongruencia teórica de unos y otros toca límite allende el cual no se ve nada. No caen en cuenta de lo que son, por sus fallo, en unos casos producto indirecto, en otros víctimas de la corrupción de las nociones revolucionarias imperantes durante largos decenios

Una referencia elemental se impone aquí, entre lo que Marx llamaba ideologías y lo que designan con la misma palabra dichos grupos, no existe ninguna relación.

Para Marx se trataba de ocurrencias sistematizadas, más bien que de ideas, y no deducidas de la realidad social dad en continuo devenir, sino de inventadas doctrinas de salvación para el proletariado y la humanidad. Marx adoptaba el comportamiento del hombre de ciencias que estudia los materiales de su disciplina, intuiciones propias comprendidas, antes de enunciar ideas al respecto. Veía claro que las ideas revolucionarias no podían ser una pasión del cerebro, sino el cerebro mismo de la pasión humana. Para lo inventores de ideas se trataba, al contrario, de mera pasión cerebral, de credos redentores sin fundamento en la realidad objetiva de la sociedad. En tal sentido, las ideologías han dejado de existir. Incluso hablar de una ideología burguesa o estalinista, no digamos socialdemócrata, es descabellado. Se trata de engañifas intencionales y sobrado evidentes, aunque todavía impuestas a grandes masas. En cambio los utilizadores actuales del término recurren a él prejuiciosamente y rehuyendo especificar, previo estudio de las condiciones existentes ,las tareas revolucionarias concretas de la clase, por ende las suyas propias. Enarbolando en cambio, panaceas: revolución social, o abolición del trabajo asalariado, cuando no del trabajo escueto. Adoptan, por tanto, escapatorias y actitudes más o menos marginales, abandonando la realidad viviente y cotidianamente vivida. Quiéranlo que no, en poco o en mucho, participan de lo que Marx llamaba ideologías.
A un nivel político mejor del proletariado entre guerra y guerra, correspondía una calidad teórica de los revolucionarios superior a la actual, sin hablar aquí de otros aspectos concomitantes. Ya su vez, nivel político y calidad teórica campeaban en un terreno de clase por le general sano y optimista, todavía poco hollado por la perversión que el estalinismo y sus aliados han vertido a raudales, sobre todo, desde el momento más candente de la revolución española 1936-1937, hasta le fecha. Entre esos tres factores , a saber, nivel político de la clase, calidad teórica del sector revolucionario y sano optimismo de su ámbito, se da una interrelación muy evidente, sin que sea posible acordar a cualquiera de ellos la primicia en la aparición o repatriación de conciencia revolucionaria entre la mayoría de los trabajadores. De seguro que un realce de cualquiera de los tres acarreará tras él, el de los otros dos. La validez teórica es importantísima la larga, como lo es también, en lo inmediato, para la formación de organizaciones aptas. No obstante, ni la mejor de estas conseguirá introducir conciencia en la clase revolucionaria. En tal empeño, la escuela del proletariado no será jamás la reflexión teórica, ni la experiencia acumulado y bien interpretada, sino la conquista de sus propias realizaciones en plena lucha. La existencia va por delante de la conciencia; el hecho revolucionario precede al conocimiento del mismo para la brumadora mayoría de sus protagonistas. Lo que la clase obrera en su conjunto, o uno de sus sectores, piensa de cualquier lucha en juego, se queda muy opr debajo de lo que la lucha misma realiza o podría realizar. El contenido latente rebasa con creces el contenido aparente. Sólo cuando el primero adquiere cuerpo aparece la conciencia revolucionaria del hecho mismo, conciencia concreta no teorizada por la clase, pero si conversión de la teoría revolucionaria en realización, o nueva condensación de la experiencia en teoría. Así ha ocurrido invariablemente desde 1848 y la Comuna de París hasta la revolución española. Resulta por consecuencia imposible trazar un plan, siquiera muy aproximativo, del desarrollo de la conciencia revolucionaria. Es el número de obreros concientes dentro de la clase el que si puede y debe aumentar y es incumbencia principalísima de los revolucionarios organizados. La conciencia de la clase obrera entera irá abriéndose camino en la medida en que los avatares de la lucha, que no dejarán de presentarse, la lleven a destrozar en la práctica las nociones que el capitalismo le inculca y las cadenas que las organizaciones políticas y sindicales del mismo le tienen echadas encima.

Llegada esa tesitura, la concepción revolucionaria concreta, puesta en línea de combate por minorías de clase desempeñará una labor importantísima. No gracias a cualquier planteamiento progresivo, sino al contrario, por su aptitud para favorecer y llevar al máximo esas situaciones bruscas. Ahora bien, por muy allá que vaya, tal conciencia seguirá siendo parcial, vaga para la mayoría, por lo tanto susceptible de ser adulterada y manipulada hasta desbaratarla. Resulta, en efecto infantil, por no decir esperanza idealista, creer que con el acto revolucionario supremo la conciencia revolucionaria y la clase para sí quedarán completamente realizadas. “La clase para sí” es más bien una alegoría militante que la representación de una situación venidera. La burguesía hizo su revolución para sí y para sí organizó la sociedad entera. Imposible ser clase para sí sin oprimir a otras clases. Nuestra revolución es un acto de la clase trabajadora en completo, pero no para sí estrictamente, pues por ser la clase comunista por antonomasia, negando a las demás clases se niega a si misma. Deberá paralizar a sus enemigos, pero ni necesita ni puede explotarlos. Por lo tanto no hay otro para sí, que el fugaz instante de la revolución, a partir de la cual la clase obrera empezará a disolverse en el todo social rehecho, a menos de recaer en la condición de clase explotada para sí de otros. En cuanto el para sí revolucionario se afirma y se confirma, desaparece el proletariado (negación de la negación) y con el la demás clases y estratos. Queda abierto el horizonte al individuo, libre de coacciones y contrahechuras más o menos degenerativas, único cimiento posible de una sociedad humana homogénea. Y homogeneidad no significa uniforme, sino al contrario, la máxima diversidad de sus componentes individuales, permitida la desaparición de todos los antagonismos materiales entre grupos y personas.

A la inversa, la conciencia revolucionaria en su sentido cabal no hace más que entrar en su fase formativa con el ataque al capitalismo y la constitución del proletariado en clase gobernante. Lo componen, con el acto revolucionario, también, y sobre todo, el proceso subsiguiente de transformación de la sociedad hasta la eliminación de las los vestigios mismos de las clases. El primero será siempre, más que una volición general un hecho consumado en el fragor de la lucha, a partir del cual la conciencia revolucionaria irá afirmándose en profundidad, extensión y calidad, al mismo paso que, en la práctica, la sociedad comunista. La plenitud de la conciencia no puede dimanar sino de su propio encarnarse en la estructura de la nueva civilización y en la mente de cada persona. Es el descubrimiento del hombre por el hombre mismo, al fin posible.

Eso en cuanto a la conciencia revolucionaria propiamente dicha y generalizada, cuya existencia, suponiéndola posible en medio del mundo actual, convertiría la transformación comunista en todos los continentes en un candoroso juego de niños. Tocando a la otra, la inicial pero indispensable para dar muerte al capitalismo, depende hoy en suprema medida de los revolucionarios todos y en particular del afiance de los obreros revolucionarios en la mayoría de la clase. En su defecto, cualquier acto subversivo de ésta se resolverá en fin de cuentas en contra suya. Lo hemos presenciado en diversas ocasiones, la última en Polonia. Lo determinante será la conjunción del ímpetu subversivo de la clase con la subversión teórica y práctica de su sector revolucionario. Y la teoría comprende pasado y futuro inmediato enlazados por nuestra acción presente.

La conciencia de los revolucionarios, es, por consecuencia, la que primeramente tiene que situarse a la altura de las posibilidades ofrecidas espontáneamente por la historia. Tan grandiosas, tan ilimitadas son estas a despecho de las impresiones superficiales, que apremian cada año más en cuajar en revolución. Más los revolucionarios han estado y continúan estando en zaga de las posibilidades. Piden a las condiciones históricas que les ponga entre las manos una situación revolucionaria, cuando en realidad tienen ante sí, con creces, cuanto se requiere para suscitarla... excepto su propia subjetividad. De ahí que los aparatos político-sindicales ex obreros, hoy pilares del capitalismo, sigan imponiéndose, aunque han perdido todo influjo veraz en la mente de los trabajadores. Destrozar el imperio de esos aparatos debe ser la primera de las pugnas para dejar libre curso a la revolución. Hay que ir derecho a la clase obrera e incitarla contra ellos sin tapujos ni vociferaciones de hueca resonancia radical, sino con proposiciones de lucha enderezada a la destrucción de tales aparatos, requisito paralelo a la destrucción del capitalismo la conciencia revolucionaria no se esconde esotéricamente, dice su verdad profana y profanante, y su vigor apasionado elimina la estridencia.

Postular la revolución comunista, incluso flanqueada por la abolición del trabajo asalariado, no pasa de ser una noción borrosa, aún suponiéndola-esperanza vana en el mundo presente-compartida por la mayoría. Porque la eliminación del salariato en cuanto objetivo directo una vez arrancado el poder del capital, está lejos de ser un acto único, cual la abolición de las leyes del mismo, o el desmantelamiento de su armatoste estatal. Se descompone o subdivide en una serie de medidas, de cuyos efectos inmediatos y mediatos resultará la dicha eliminación, estructura social básica de la sociedad comunista. Las principales medidas, las más trascendentes se desprenden de la situación actual de la clase, de sus posibilidades máximas en contraste con el capitalismo apabullador y decadente, ya sin derecho a la existencia. ¿dónde, en qué sino en la formulación y defensa de las mismas cerca del proletariado puede aparecer la conciencia de una organización revolucionaria?. Se condenan al bullicio inocuo, cuando no al charlatanismo, las tendencias que rehuyen hacerlo, cualquiera sea su cuantía numérica.

Sin entrar aquí en superfluos, véase “las tareas de nuestra época”, en Pro Segundo Manifiesto Comunista. (programa del Fomento Obrero Revolucionario, N.D.R)

El programa mínimo de finales y principios de siglo estaba intencionalmente limitado en el seno del capitalismo, al aguardo de las condiciones para acometer el programa de la revolución. El Programa de Transición fundamento de la IV Internacional, quería fundir en uno sólo el máximo u el mínimo, pasando por la nacionalización, error cuyo origen está en Marx y Engels, aunque todavía sin las implicaciones reaccionarias después reveladas.

En fin, las tareas de nuestra época jalonan sin discontinuidad el acceso del proletariado a clase dominante y su propia desaparición, con las demás clases en la sociedad comunista. El impulso combativo del proletariado provendrá de las reclamaciones que lo pongan en situación de no tener que reclamar nada, por que dispondrá de todo. Hay que hacer palpable la inmediatez de esa posibilidad para que la conciencia de clase se insurja por la revolución y del mismo golpe haga saltar en añicos los aparatos políticos-sindicales que la estrangulan. En suma, la motivación material de la liquidación del capitalismo está dada por la ya desgarradora contradicción entre él y la libertad del género humano. Empieza ésta en la del proletariado y abarca desde el consumo alible hasta el cultural en sus múltiples y más espirituales facetas. Y riámonos de los que esperan la crisis de sobreproducción, la caída de la tasa de beneficios, la tercera guerra mundial, o no sabe que espíritu santo preñador de conciencias.

Bien propagado, semejante programa tendrá grandes repercusiones en lo inmediato y aún mayores en lontananza. Pero en la corrupta situación que vivimos está lejos de bastar para abrir el cause torrencial necesario. La Primera Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores) creció vertiginosamente apenas fundada, porque presentaba ideas limpias, a un proletariado sin influjos ponzoñosos, virgen. Todavía la Internacional Comunista encontraba un medio obrero poco poluido por la social democracia, enemigo del proletariado mucho menos dañino que los de hoy. En nuestros días, los revolucionarios topamos con dificultades inmediatas tremendas, dimanantes del ado negativo del período anterior, que ha instalado a organizaciones y sujetos que continúan diciéndose comunista o socialistas en la mismísima estructura económico-policíaca del sistema capitalista. Tanto por sus intereses poderosamente constituidos en escala mundial como por reaccionario cálculo, sus partidos y sindicatos son acicates del capitalismo estatal allí mismo donde todavía les pertenece el poder supremo. Y lo que es mucho peor, malean de mil modos el entendimiento de la clase obrera y prostituyen hasta la noción de comunismo. El antiguo reformismo era democrático, burgués y colaboracionista; ellos preconizan en realidad la entrega total, indefensa de la clase obrera al Estado omnicapitalista bajo su mando. El resto “Eurocomunismo”, “pluralismo”, “parlamentarismo”, etc. Es hipocresía táctica, burda ficción puesta de manifiesto cuando aparece una iniciativa revolucionaria de la clase obrera.

Por lo tanto, conocer y saber explicar el por qué, el cómo y hasta el cuando se han producido cambios tan importantes y amenazadores relativamente a la situación entre las dos guerras, será no menos determinante que el programa de lucha por el porvenir inmediato. Se hace pues indispensable un conocimiento crítico certero de los principales avatares históricos a partir de 1914. ahí empieza, para los núcleos de espíritu revolucionario, la conciencia que los capacitará para ser, en medio de la clase, fermento de subversión comunista.

No obstante, ni el mejor de tales grupos, por muchos obreros que individualmente se afilien, conseguirá despertar conciencia en la mayoría del proletariado por simple aleccionamiento. Lo prohíben innumerables trabas de la sociedad actual que solo desaparecerán con ella. Pero cualquier conflicto con el capital, aunque empiece por una simple mejora de salario, es susceptible de abocar a una lucha que sobrepasa las reivindicaciones iniciales. Lo mismo puede ocurrir en una región, una rama industrial o un país entero. Lo latente tenderá siempre a manifestarse atropellando lo aparente; es la verdad frente a la ficción, el porvenir volviendo la espalda al pasado. Si al llegar un momento así continúan dominando los actuales falsarios políticos-sindicales, todo volverá atrás. al revés, sí por lo menos una minoría les sale al paso, poniéndolos en la picota y formulando revolucionariamente la lucha en marcha, la conciencia de clase habrá dado un paso adelante propiciador de acciones mayores, por muy local que fuera. La combatividad de la clase mana irresistiblemente, explosiva en determinados momentos, de su propio trasfondo histórico. Se cristaliza en hechos que solo después son pensados por ella y le dan base y energía para ulteriores avances.

Procede pues en los hechos como e la conciencia, por saltos en el desarrollo, la continuidad de cuyo discontinuo ha de asegurarla su sector deliberadamente revolucionario. La propia victoria decisiva será para la mayoría de la clase, una realización antes que una intención consumada. No en balde es la clase revolucionaria forjada por la historia a despecho de la opresión y el dirigismo intelectual que acompañan la vida cotidiana. Por lo mismo, en los núcleos obreros revolucionarios recae, mucho más que desde hace 150 años un cometido en fin de cuentas determinante. De ellos depende que la revolución salga avante o naufrague por segunda vez.

Desde Babeuf a Marx hasta nosotros, la conciencia revolucionaria es el rayo de luz creado por el choque entre la explotación y los explotados, es la subjetividad humana en rebelión contra una objetividad que pervierte y niega esa misma subjetividad, sin la cual el hombre no es hombre sino cosa. O nuestra subjetividad acomoda al mundo exterior a sus requerimientos-no puede haber otros- o se somete esclavuna, a la nauseabunda objetividad existente.

El hecho objetivo engendra la palabra que lo nombra y lo hace comprensible, operación objetiva; sin nuestra palabra, la posibilidad de revolución se esfumará cual si nunca hubiese estado presente. Y fallando su sector más subjetivamente revolucionario, la clase obrera marraría entonces el golpe que acabaría por siempre con el achicamiento del hombre porque explotado y la prostitución de otros hombres porque explotadores.


Algunas palabras sobre G. Munis (tomadas de internet)
En noviembre de 1936 Munis fundó en Barcelona una nueva organización: la Sección bolchevique-leninista de España (SBLE), pro IV Internacional. La organización fundada por Munis publicó un Boletín desde enero de 1937, que a partir de abril tomó el nombre de La Voz Leninista, en el que se criticaba a la CNT y el POUM su colaboración con el gobierno de la burguesía republicana, al tiempo que se propugnaba la formación de un Frente Obrero Revolucionario que tomase el poder, hiciera la revolución y ganase la guerra.
En mayo de 1937, sólo la Agrupación de Los Amigos de Durruti y los bolchevique-leninistas (BL) de la SBLE lanzaron octavillas que propugnaban la continuación de la lucha y se oponían a un alto el fuego. Fueron las únicas organizaciones que intentaron dar una dirección revolucionaria al movimiento espontáneo de los trabajadores. La represión estalinista, tras la caída del gobierno de Largo Caballero, consiguió la ilegalización y proceso del POUM, pero también de Amigos de Durruti y de la SBLE. Al asesinato de los anarquistas Camilo Berneri, Barbieri y tantos otros de menor fama, siguió el asesinato y desaparición de los poumistas Nin y Landau, pero también de los camaradas de Munis: el hebreo alemán Hans David Freund («Moulin»), el ex-secretario de Trotsky Erwin Wolf («N. Braun»), y su amigo personal Carrasco.
El propio Munis, con la mayoría de los militantes de la SBLE, fue encarcelado en febrero de 1938. Fueron acusados de sabotaje y espionaje al servicio de Franco, de proyecto de asesinato de Negrín, «La Pasionaria», Díaz, Comorera, Prieto y un largo etcétera; así como de asesinato consumado en la persona del capitán ruso Narvich, agente del Servicio de Información Militar (SIM) infiltrado en el POUM. Fueron juzgados por un tribunal semimilitar, a puerta cerrada, e inicialmente sin defensa jurídica. El fiscal pidió pena de muerte para «Munis», Domenico Sedran («Carlini») y Jaime Fernández. Las presiones internacionales y la voluntad de las autoridades de que el juicio se celebrara con posterioridad al del incoado contra el POUM, aplazaron la vista hasta el 26 de enero de 1939.
Jaime Fernández, internado en el campo de trabajo stalinista de Omells de Na Gaia, y posteriormente movilizado, logró evadirse en octubre del 38. Munis, que tras una huelga de protesta de los presos revolucionarios, estaba encarcelado en el castillo de Montjuic, en el calabozo de los condenados a muerte, consiguió evadirse en el último momento. «Carlini», enfermo, vivió algunos meses escondido en la Barcelona franquista, y cuando consiguió pasar la frontera fue internado en un campo de concentración. Munis había alcanzado la frontera francesa con el grueso de la avalancha de refugiados republicanos, que huían ante el avance de las tropas franquistas. Años después, ya en el exilio, le confesaron la existencia de una orden para ejecutar a todos los presos revolucionarios antes de retirarse hacia la frontera.
La Lutte Ouvrière, publicó en sus números del 24-2-39 y 3-3-39 una entrevista con Munis sobre la caída de Barcelona en manos fascistas. A fines de 1939, gracias a su nacionalidad, consiguió embarcar con destino a México, pero los intentos de conseguir refugio para sus camaradas fracasaron ante la oposición de los stalinistas a la concesión del visado. Estableció una asidua relación personal con León Trotsky y su mujer Natalia Sedova. Trotsky le encargó la dirección de la sección mexicana. En mayo de 1940 participó en la llamada conferencia de «alarma» de la IV Internacional.
En agosto de 1940, tras el asesinato de Trotsky, en cuyos funerales tomó la palabra, intervino repetidamente en el proceso incoado contra su asesino como representante de la parte acusadora. Se enfrentó decididamente contra los parlamentarios stalinistas, así como contra la campaña de la prensa estalinista mexicana, que acusaba a Munis, «Víctor Serge», «Gorkin» y Pivert de agentes de la Gestapo. Pese a la amenaza de muerte realizada por los stalinistas, Munis retó a los diputados mexicanos que les calumniaban a renunciar a la inmunidad parlamentaria para enfrentarse a ellos ante un tribunal.
A partir de 1941 se unió a Benjamín Péret, también exiliado en México, y a Natalia Sedova, en las críticas al Socialist Workers Party (SWP), la organización trosquista estadounidense, que tomara partido por uno de los bandos de la guerra imperialista (Segunda guerra mundial), esto es, por el antifascismo.
Las divergencias se acentuaron ante la crítica del Grupo Español en México a los partidos francés e inglés, apoyados por la dirección de la IV Internacional, que tomaban posiciones favorables a la participación en las distintas resistencias nacionales contra los nazis. El inmenso mérito de Munis, Péret y Natalia radicaba en la denuncia de la política de defensa del Estado «obrero degenerado» de la URSS, conjuntamente con el rechazo al apoyo de las resistencias nacionales antifascistas. El bando militar de los aliados, fueran éstos rusos, americanos, franceses o ingleses, no era mejor ni peor que el nazi. Abandonar la tradicional posición marxista de derrotismo revolucionario ante la guerra imperialista, esto es, optar por uno de los bandos burgueses en lucha, en lugar de transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria, suponía abandonar toda perspectiva revolucionaria de lucha de clases y de transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria.
Las discrepancias entre el Grupo español y la dirección de la IV Internacional fueron cada vez más amplias e insalvables. Las posiciones de Munis, Péret y Natalia Sedova hallaron eco en varias secciones de la IV Internacional: en Italia el Partito Operaio Comunista (POC) dirigido por Romeo Mangano, en Francia la tendencia Pennetier-Gallienne del Parti Communiste Internationale (PCI), así como la mayoría de las secciones inglesa y griega.
El Grupo español en México de la IV Internacional editó dos números de 19 de julio, y desde febrero de l943 una publicación de carácter teórico, titulada Contra la corriente, destinada a defender los principios del internacionalismo marxista, que a partir de marzo de 1945 fue sustituida por una nueva publicación, de carácter más práctico y combativo, titulada Revolución.
En la editorial mexicana de mismo nombre Munis y Péret, este último bajo el seudónimo de Peralta, publicaron varios folletos en los que desarrollaron sus teorías sobre la naturaleza del Estado ruso, que es definido como capitalismo de Estado, sobre la guerra imperialista y el papel de los revolucionarios, sobre la guerra civil española y el papel contrarrevolucionario jugado por el estalinismo, así como sus críticas a la Cuarta Internacional.
En junio de l947 Munis, Péret y Natalia Sedova iniciaron un proceso de ruptura con el trosquismo oficial con dos textos que criticaban duramente a la dirección de la Cuarta: la carta abierta al partido comunista internacional, sección francesa de la IV Internacional, y «La Cuarta Internacional en peligro», preparado para la discusión interna del Congreso mundial.
En l948, ya establecidos Munis y Péret en Francia, se produjo la ruptura definitiva con el trosquismo en el II Congreso de la IV Internacional. El congreso se negó a condenar la participación de los revolucionarios en la defensa nacional, esto es, en la resistencia, y aprobó una resolución en la que se presentaba la rivalidad USA-URSS como la principal contradicción mundial. Esto, unido a la consigna de la defensa incondicional de Rusia, porque pese a todo era considerada como un Estado obrero degenerado, suponía defender el stalinismo. Y lo que era aún mucho más grave: suponía sustituir la contradicción marxista fundamental de la lucha de clases entre burguesía y proletariado, por la nacionalista de apoyo a la URSS en su rivalidad con USA. Munis calificó estas posiciones del II Congreso de la IV Internacional de aberrantes y elaboró un documento de ruptura con el trosquismo por parte de la sección española, en el que profundizaba y confirmaba la definición de Rusia como capitalismo de Estado, sin vestigio socialista alguno, y como potencia imperialista.

N. de R. Al publicar estos textos de Munis y Benjamín Peret (ver más abajo El "Manifiesto" de los Exégetas), NO estamos defendiendo un supuesto “trotskismo crítico” ni asumiendo posiciones leninistas de izquierda. Sencillamente queremos ayudar a difundir textos de militantes que rompieron con el programa trotskista y defendieron posiciones comunistas, como Munis, Peret y la Sedova. Militantes que intentaron hacer un balance de procesos tan trascendentales como la guerra civil española y la segunda gran carnicería mundial, que rompieron con cualquier apoyo crítico a la Urss (Estado imperialista y capitalista) o a cualquier fracción burguesa en nombre del antifascismo. Compañeros que trataron de extraer lecciones de la historia, con la intención de armar con ellas a nuestra clase social, para continuar la lucha.





El Manifiesto de los Exégetas


EL MANIFIESTO DE LOS EXÉGETAS de Benjamín Péret
Balance. Cuadernos de historia del movimiento obrero internacional y de la Guerra de España. Cuaderno número 28. Barcelona, julio 2003. Introducción y traducción de Agustín Guillamón.

INTRODUCCION.
Benjamin Péret, que en 1936 era ya un reconocido poeta surrealista, era también un activo y destacado militante trosquista.Benjamin Péret nació el 4 de julio de 1899 en Rezé (cerca de Nantes, Francia) y falleció en París el 18 de septiembre de 1959. Fue enrolado en el ejército durante la Primera Guerra Mundial. Acabada ésta participó en las actividades del grupo dadaista, y en 1920-1924 junto con Breton, Aragon y Eluard intervino en la formación del movimiento surrealista. En 1926 se adhirió al Partido comunista. Estuvo en Brasil desde 1929, donde se unió a las filas de la Oposición de izquierda (trosquista), en abril de 1931. En diciembre de ese mismo año fue expulsado de este país por sus actividades políticas. De nuevo en Francia participó en todas las actividades surrealistas y firmó las declaraciones del grupo contrarias al estalinismo. No pudo afiliarse a la Liga comunista a causa de la exigencia de Naville y Molinier de que declarase que el surrealismo era contrarrevolucionario. Militó en Union Communiste hasta marzo de 1934. Se mostró remiso a la táctica entrista, propugnada por Trotsky (consistente en entrar en los partidos reformistas de masas N. de R.). Muy activo en política desde 1932, participó en la campaña de auxilio al Trotsky exiliado. En 1934 lanzó un llamamiento por la unidad obrera contra el auge del fascismo en Francia. En la primavera de 1935 viajó con Breton a Canarias, donde entraron en contacto con los surrealistas españoles. En 1936 se editó "Je ne mange de ce pain-là", que contiene un poema extremadamente peyorativo de Macià, presidente de la Generalidad.Tras una breve estancia en el grupo "Contra Ataque" de Georges Bataille, ingresó en el Partido Obrero Internacionalista (POI), de carácter trosquista, desde su fundación en junio de 1936. El 5 de agosto de 1936 llegó a Barcelona junto con el director de cine Léopold Sabas y Jean Rous, miembro del secretariado internacional. Estos tres delegados del Movimiento por la Cuarta Internacional tenían la misión de facilitar la colaboración de los trosquistas con el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), sobre todo en el plano militar y político. Rous y Péret tomaron la palabra en el entierro de Robert de Fauconnet, militante trosquista francés de la Columna Internacional Lenin, caído en el frente de Huesca el 1 de septiembre. Péret había realizado en el mes de agosto una primera visita a los distintos frentes y, desde el 5 de septiembre, tras la marcha de Jean Rous a Francia, se convirtió en el delegado del POI en España. Tal cargo, unido a su fama de poeta surrealista transgresor y provocador, ferozmente anticlerical, no desmerecieron nunca su extrema modestia y sencillez, ejemplificada magistralmente en la anécdota del encuentro con Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalidad, que narra Mary Low en su libro sobre España. Miravitlles confundió a Péret, vestido con alpargatas y mono azul, con un peón, cuando éste tímidamente le pidió permiso para entrar a su despacho. La misma Mary Low, a quien Péret prologó en 1942 un libro de ensayos, nos muestra a un beatífico Péret haciendo guardia en el Hotel Falcón con fusil al hombro, mientras un gato ronronea entre sus piernas. Desde octubre de 1936 Péret trabajó como locutor en lengua portuguesa de la Radio del POUM. El deterioro de las relaciones entre trosquistas y poumistas alcanzó tal crispación que hizo imposible la mera permanencia de los trosquistas en las filas o las milicias del POUM. Dada la creciente amenaza de liquidación política y física de los trosquistas, la absoluta impunidad de los estalinistas y el rechazo de los poumistas a tolerarlos en sus filas, en marzo de 1937 Benjamin Péret tuvo que refugiarse en la Columna Durruti, en el sector de Pina de Ebro, y a finales de abril de 1937, junto con su compañera Remedios Varo, y Munis, dirigente de la Sección Bolchevique-Leninista de España, marchó a París. Allí reemprendió sus actividades profesionales de corrector y de militancia en el POI. Colaboró en los dos números de "Clé" y en las actividades de la FIARI (Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente), nacida a raíz del manifiesto "Por un arte revolucionario independiente" redactado en julio de 1938, en México, por Trotsky y Breton. El 3 de septiembre de 1938 se fundó formalmente, en Perigny, en casa de Rosmer, la Cuarta Internacional. En febrero de 1940 Péret fue movilizado, y en mayo encarcelado por sus actividades políticas. Salió de la prisión de Rennes en julio de 1940, gracias al soborno aceptado por un guardián nazi. Desde marzo de 1941 vivió entre los miles de personas que en Marsella esperaban conseguir visado y pasaje para huir de la Francia de Vichy, trabajando algún tiempo en la cooperativa trosquista Croque-Fruit, hasta que en octubre de 1941 consiguió embarcar con destino a Casablanca y de allí a México, acompañado por Remedios.Permaneció en México hasta 1948 donde militó con Munis en el Grupo Español en México de la Cuarta Internacional (GEMCI). Péret utilizó en México el seudónimo de "Peralta". Desde 1941 hasta 1943 publicó en castellano, en "19 de Julio" y "Contra la corriente", órganos del GEMCI, excelentes artículos de análisis político sobre los principales acontecimientos que jalonaron la Segunda Guerra Mundial. Péret, con Munis y Natalia Sedova (la compañera de León Trotsky, quien ya había sido asesinado en 1940 por el estalinismo N. de R.), inició un proceso de ruptura con la Cuarta Internacional que se hizo definitiva en el Segundo Congreso, reunido en París en 1948. Péret en México vivió muy pobremente, aunque siempre muy activo en los planos cultural y político. En febrero de 1945 editó su folleto "El deshonor de los poetas" que atacaba el nacionalismo y patrioterismo de Aragon y Eluard. En setiembre de 1946 publicó en francés, en la editorial Revolución del GEMCI, un "Manifeste des exégétes" que efectuaba una balance de lo que él consideraba el fracaso y aislamiento de las revolucionarios (y por lo tanto de la Cuarta Internacional), y que a la vez constituía una detallada exposición de las discrepancias existentes entre el GEMCI y el secretariado internacional, entre las que destacaba la definición de capitalismo de estado, dada por Munis y Péret al régimen ruso.Munis y Péret llegaron a Francia a principios de 1948. Munis y sus seguidores fueron expulsados de la Cuarta Internacional en 1949, a causa de la crítica a las posiciones oficiales de la Internacional, que aún consideraban a la Unión Soviética como un "Estado obrero degenerado", así como a su rechazo a la intervención de los revolucionarios en las luchas de liberación "nacional" contra el nazismo que, tanto Munis como Péret y Natalia, calificaban como contrarias a las tesis clásicas del marxismo revolucionario, que propugnaban la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil revolucionaria contra la propia burguesía. Péret continuó colaborando en las revistas surrealistas y con el Grupo de exiliados españoles, que constituidos como Grupo Comunista Internacionalista (GCI), se unieron a un grupo de exiliados/emigrantes vietnamitas, a la tendencia Galienne-Pennetier surgida en el segundo congreso, y al que se sumaron diversas personalidades, para constituir una efímera Unión Obrera Internacional (UOI). Munis y los españoles del GCI crearon en Barcelona y Madrid una primera infraestructura para reemprender una lucha revolucionaria contra el franquismo. Intervinieron en la huelga de tranvías de Barcelona de marzo de 1951. A principos de 1953 el grupo cayó en manos de la policía y Munis fue encarcelado hasta 1957. En 1952 Péret mantuvo en "Le Libertaire" un debate con los anarcosindicalistas en torno al papel de los sindicatos, como órganos del Estado, en la actual sociedad capitalista, que estuvo en el origen del libro "Los sindicatos contra la revolución", publicado en 1968, firmado conjuntamente por Munis y Péret. Benjamin Péret realizó varios viajes semiclandestinos a la España franquista para visitar a Munis y Jaime Fernández en el penal de Santoña. En 1958 Munis y Péret fundaron un pequeño grupo revolucionario denominado Fomento Obrero Revolucionario (FOR), al que se sumó Jaime Fernández, que alejado de la tradición trosquista, intentó aplicar el análisis histórico y social propio del marxismo revolucionario a los nuevos fenómenos sociales y políticos del capitalismo, expuesto en su órgano "Alarma", editado desde 1959 hasta 1993, y que se sintetizó en "Pro Segundo Manifiesto Comunista", editado en 1965, como ampliación y desarrollo de un folleto: "El Proletariado entre los dos bloques", editado en 1949 por la UOI, que había sido elaborado conjuntamente por Munis y Péret.Benjamin Péret es un raro ejemplo de coherencia personal y política, de poeta y militante comprometido durante toda su existencia con el surrealismo y el marxismo revolucionario.
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La gran fuerza del Manifiesto de los exégetas reside en el análisis que se hace del estalinismo. Aún hoy el texto de Péret nos permite comprender mejor la caída de los regímenes estalinistas que esas teorías sobre la derrota del comunismo o lo que es lo mismo, de la victoria del capitalismo, y las descabelladas teorías sobre la transición del capitalismo al comunismo en Rusia. Rusia en 1946 era una sociedad caracterizada por el capitalismo de Estado, y en la que se estaba formando una clase dirigente, que era una variante de la burguesía imperante en el resto del mundo. Y como predecía Péret su integración con el resto de la burguesía mundial sería rápido e inevitable, tal como sucedió. La caída del estalinismo en 1989-1991 ha supuesto la rápida integración del decadente e ineficaz capitalismo de Estado ruso en el capitalismo mundial, porque no eran sino lo mismo. Pero esa integración no puede sino facilitar y acelerar la decadencia global del sistema capitalista mundial. No se ha dado ninguna victoria del capitalismo, ni muchos menos una transición del comunismo al capitalismo, sólo hemos asistido al fin de los "particularismos" del capitalismo existente en Rusia.
El texto de Péret, a casi sesenta años de distancia, es más actual y perspicaz que las montañas de tinta con las que la voz de su amo canta la pretendida victoria definitiva y eterna del capital.
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"PERALTA" [PERET, Benjamín]: "Le "Manifeste" des exegetes". ["El "Manifiesto" de los exégetas"]. Editorial Revolución, México DF, 1946.
Quisiera tratar desapasionadamente el "manifiesto" de la preconferencia de la IV Internacional del pasado abril. Pero sólo se puede constatar que no aporta ninguna solución real a los problemas actuales del movimiento obrero y de la revolución socialista a la que apunta este último porque a estos problemas, ese texto opone un análisis basado en postulados que una crítica rigurosa reduciría a la nada, provocando el desplome de todo el edificio teórico, agrietado a medida que se construía. Primero debe subrayarse que este "manifiesto" sólo tiene de manifiesto el nombre. Es el documento de la beata vanidad, un interminable diploma de autosatisfacción que se otorgan sus redactores en nombre de nuestra Internacional: todo es lo mejor en el mejor de los mundos troskistas puesto que todo lo que dijimos se ha verificado, y si, por ventura, la realidad se bate en duelo con algunas de nuestras previsiones, se echa un púdico velo sobre esta fastidiosa realidad que se obstina en contradecirnos con la esperanza de que modifique pronto su aspecto.
¿Es este un método revolucionario? ¿Podremos educar así a las masas? ¿Nos estamos preparando realmente para ser el partido mundial de la revolución socialista? Digamos enseguida que no y que, por este camino no llegaremos nunca. Por el contrario, es así como pasaremos, impotentes, al lado de situaciones revolucionarias sin poder hacernos oir de los trabajadores, indefinidamente condenados a nuestro raquitismo actual. Haber tenido razón desde la a hasta la z (y no es el caso) sin que la clase obrera se haya dado cuenta durante siete años, es evidentemente haberse equivocado, a menos que la clase obrera no haya permanecido tan lejos de nosotros que aparezcamos como energúmenos ultraizquierdistas a los que no comprende, y esto también significaría que nos hemos equivocado.
Pero si la clase obrera obrera no ha venido a nosotros, en Europa por ejemplo (dadas las dificultades materiales para un pequeño partido de hacerse oir en condiciones de ilegalidad que han prevalecido durante toda la guerra) es sencillamente porque la falsedad de los puntos de vista que sostuvimos al inicio de la guerra ha sido sensible para la mayoría de los trabajadores, que no veían ninguna razón para defender a la URSS, simple aliado de Hitler o del imperialismo anglosajón. Por otra parte, el mantenimiento por parte de nuestra organización de posiciones periclitadas, ha tenido por consecuencia una pusilanimidad de los dirigentes que no han sabido aprovechar las distintas circunstancias que se les han ofrecido desde el comienzo de la guerra pues en todos los casos, encadenados por consignas caducas, les ha faltado audacia, tanto para analizar la situación como para sacarle partido. Así pues nos hemos equivocado y nuestro deber inmediato e imprescriptible, en tanto revolucionarios, es buscar las fuentes de nuestro error sin intentar engañarnos suponiendo que se trata de errores secundarios.
En realidad, en lugar de entregarse a un trabajo crítico, los redactores del "manifiesto" han recogido piadosamente los textos sagrados que han sometido a una exégesis detallada puesto que declaran fríamente, aunque de forma implícita, que nuestras tesis de antes o del inicio de la guerra, en su conjunto, han resistido la prueba de los hechos, lo que es una falsedad irritante.
Es ahí donde el "manifiesto" ha fallado más. Un manifiesto ante todo debe tener capacidad de agitación, ser breve y resumir en frases brillantes la situación del momento para expresar consignas de movilización. Salta a los ojos que este "manifiesto" en lugar de agitar, se limita a sumir al lector en un profundo sueño.
EL PACTO STALIN-HITLER.
En primer lugar, este "manifiesto" parte de la idea preconcebida, aunque no expresada, de que no ha sucedido nada desde 1939, que la guerra sólo ha sido una pesadilla al despertar de la cual uno se encuentra en el mismo punto de partida que antes; un "Estado obrero degenerado" enfrentado a unos imperialismos empeñados en perderlo. De esta posición se desprende forzosamente una táctica errónea que reposa, por otra parte, en la idea de la necesidad de una educación incesante de los trabajadores. De este modo la cuestión no es ya mostrar a los trabajadores la necesidad de derribar al capitalismo para instaurar un poder obrero que conduciría la sociedad hacia el socialismo. Todo trabajador europeo, cuando se rasca el barniz pequeñoburgués que el capitalismo a veces ha sabido aplicarle con la complicidad, ya sea de los reformistas, o bien hoy de los estalinistas, demuestra saber que no es posible otra salida para la crisis. En consecuencia nuestra táctica de frente único por ejemplo, sólo por esto, ha perdido todo significado, pues los millones de trabajadores que siguen a los reformistas y a los estalinistas no obedecen más que a la ley del menor esfuerzo inherente a todo hombre, y los partidos "obreros"
saben aprovecharse cultivando esta pereza. Así pues, por una parte los trabajadores siguen en tan gran número a los traidores a causa de una pasividad que no hemos sabido sacudirnos, por otra parte, a causa de nuestra insignificancia numérica, consecuencia de lo inadecuado de nuestra propaganda, y por último, ambas causas unidas impiden que los obreros vengan a nosotros, pues estiman con razón que nosotros en la actualidad no somos más que los representantes de una izquierda del estalinismo, del que estamos insuficientemente diferenciados y con el que no hemos roto claramente. Además, estas posiciones sostenidas pese a toda evidencia, sin análisis previo que las justifique, - que no puede existir - encadenan a los redactores del "manifiesto" a una tolerancia frente al estalinismo, que roza a veces la capitulación, pues les impulsa a enmascarar los hechos más llamativos, aquellos contra los que el deber más urgente sería el de enfrentarse enérgicamente y extraer las necesarias conclusiones. Es así como, en el pasaje relativo al "auge y caida del imperialismo nazi", se oculta púdicamente el pacto Hitler-Stalin, que es mencionado sólo episódicamente. ¿Por qué? Sencillamente, porque si fuera cierto que "la labor del Estado nazi fue la de aplastar a la clase obrera en Alemania y dominar la Europa capitalista", sería falso que su tarea haya sido "aplastar a la URSS", en tanto que heredera de la revolución de Octubre. Aliándose a Hitler, Stalin le ha ayudado poderosamente a aplastar a la clase obrera alemana y a preparar su masacre. ¿En efecto, que podían pensar los trabajadores alemanes, para quienes Rusia encarnaba la tradición revolucionaria de 1917, situados de repente frente al pacto de su opresor nazi con el "padre de los pueblos", sino que interesaba a la clase obrera alemana batirse contra las "plutocracias" occidentales, puesto que Stalin se enfrentaba a ellas? No podía tratarse más que de una "genial" maniobra táctica en espera de la hora de la revolución socialista. ¿En fin, era mejor silenciar ese pacto y no comentarlo ni denunciar el carácter imperialista que la posterior actitud de Moscú a puesto en evidencia? En efecto, si en 1939, este pacto podía aún aparecer como una de esas repugnantes maniobras tan propias del estalinismo, hoy no tienen más sentido que el de un nuevo giro a la derecha, que sitúa definitivamente al estalinismo en el plano imperialista. El reparto de Polonia con Hitler, seguido por la absorción de los Estados bálticos, y luego de Besarabia, no era para Stalin, como bien hemos visto, más que una manera echarles mano, puesto que hoy domina, directamente o por mediación de sus títeres generalmente aliados de la canalla reaccionaria, toda la Europa oriental.
No existía entre la Alemania hitleriana y la Rusia estalinista ninguna contradicción inherente al régimen de propiedad imperante en uno y otro país. De otro modo ese pacto hubiera sido imposible. Intentad imaginar -- lo que es evidentemente insensato -- un pacto Lenin-Hitler. El solo acoplamiento de estos dos nombres hace rechazar sin más esta hipótesis. Pero si tal hipótesis es insensata y si el pacto Stalin-Hitler ha sido realidad, es porque entre la época de Lenin y la de Stalin se han producido tales modificaciones que no pueden ser consideradas cuantitativas, sino cualitativas. ¿El deber de los redactores del "manifiesto" era el de escamotear esas modificaciones, o bien el de iluminarlas para que la Internacional pudiera discutir y tomar las resoluciones adecuadas? Evidentemente debían haberlas expuesto con el máximo detalle, no en un manifiesto que tiene un objetivo bien distinto, sino en un estudio preciso y riguroso, del que debían pedir a la Internacional que discutiera las conclusiones, en lugar de situar a ésta frente a posiciones intangibles, pues declarar como hacen que "la URSS, este vasto sector del mercado mundial sustraido a la explotación capitalista en 1917, está siempre en pie", supone resucitar una contradicción hoy abolida, y afirmar que la guerra no tuvo ninguna influencia sobre la URRS y que sigue siendo un "Estado obrero degenerado" como antes, como si esta degeneración, obediente al deseo de los redactores del "manifiesto", pudiera mantenerse igual que antes de la guerra, permanecer inmutable, en lugar de evolucionar como lo hubiera hecho de todas formas, incluso sin guerra. Y si a esto se añade que la URSS "amenaza engullir a otros muchos países situados en sus fronteras", no se hace en realidad, más que denunciar la tendencia expansionista del Kremlin sin osar confesarlo francamente ni recordar que todo país imperialista actúa igual si le es posible. La opresión rusa simplemente ha sucedido, en esos territorios, a la opresión nazi, el partido stalinista al hitleriano, la Gepeú a la Gestapo, sin que las masas se hayan beneficiado en nada. Siguen siendo las víctimas del stalinismo como lo fueron del nazismo.
Pero volvamos al pacto Hitler-Stalin. Para justificar su actitud de derviches, los redactores del "manifiesto" nos citan las tesis de la IV Internacional al inicio de la guerra donde se decía que la contradicción entre la URSS y los Estados imperialistas era "infinitamente más profunda" que entre estos últimos, por lo que concluyen que "sólo a partir de esta estimación puede explicarse el estallido de la guerra de Hitler contra la URSS después del pacto Hitler-Stalin". ¡Sólo así! Pero Hitler y Mussolini en su correspondencia no aluden ni una vez a esta famosa contradicción, a decir verdad exactamente parecida a la que opone al imperialismo alemán con su cómplice y rival anglosajón. ¿Existía alguna contradicción entre dos sistemas de propiedad cuando Mussolini atacó al imperialismo francés en junio de 1940? Evidentemente no más que el que existía cuando Stalin atacó al Mikado en 1945. En efecto, los dos cómplices no habían previsto, para justificar su agresión, más que metas estratégicas: los recursos agrícolas de Ucrania necesarios para la continuación de la guerra, al igual que Stalin, hoy se prepara para la próxima masacre sometiendo la mitad de Europa a su yugo, absorbiendo el petróleo del norte de Irán, intentando dominar China, los Dárdanelos, Grecia, etc. Por otra parte, los redactores del "manifiesto" no imaginan ni por un instante que la IV Internacional haya podido equivocarse cuando la burocracia estalinista intentaba aún disimular el sentido de su evolución cubriendo sus empresas con una máscara táctica que la situación internacional le facilitaba usar. Pero esta máscara se ha usado tanto que el tiempo la ha convertido en una tela de araña que ya no esconde nada. ¡Qué les importa a los redactores del "manifiesto" que, con los ojos de la fe, reconstruyen la máscara
a partir de la tela de araña! Mantener hoy esta posición es atarse las manos frente al estalinismo, que ya no puede combatirse eficazmente si se sigue defendiendo a Rusia, pues uno a modelado a la otra, y ambos no forman ya más que un todo contrarrevolucionario coherente a los ojos de las masas de Europa oriental y de parte de Asia.
El pacto Hitler-Stalin marca un giro definitivo en la historia de la contrarrevolución rusa, consecuencia de sus victorias sobre el proletariado ruso y mundial, y su paso al plano de la rivalidad interimperialista. Significa que ya no queda nada de la revolución de Octubre, que la burocracia ha adquirido posiciones políticas y económicas únicamente destructibles por la vía de una nueva revolución proletaria en Rusia. Sostener en la actualidad una política en defensa de la URSS, cuando los acontecimientos de los últimos años muestran su falsedad, es en realidad inclinarse ante la contrarrevolución staliniana y dejarle el campo libre para burlar, oprimir y encadenar a las masas, es orientarse hacia la capitulación.
LA DEFENSA DE LA URSS, LA OCUPACION DE EUROPA ORIENTAL Y EL PAPEL DEL STALINISMO.
"La defensa de la URSS coincide en principio con la preparación de la revolución proletaria... Sólo la revolución mundial puede salvar la URSS para el socialismo. Pero la revolución mundial encadena inevitablemente la evicción de la oligarquía del Kremlin." Estas palabras, que tuvieron alguna vez sentido, hoy no lo tienen, y repetirlas hasta la saciedad bajo una u otra fórmula equivale exactamente a declamar una piadosa letanía. Los redactores del "manifiesto" están ahí puesto que "la burocracia busca asegurarse una posición privilegiada a costa de las masas". Busca, es decir que aún no la tiene, pero entonces esos millonarios "soviéticos", que la prensa estalinista de dos mundos ha ensalzado a bombo y platillo, son pues un mito y un mito también los millones de trabajadores-esclavos que la burocracia estalinista desplaza, como rebaños de bueyes, desde un punto a otro de Rusia; pero si no son mitos, hay que admitir que la burocracia estalinista no sólo "busca asegurarse una posición privilegiada a costa de las masas" sino que lo ha conseguido ya apropiándose de toda la plusvalía, sin la cual ¿de dónde esos millonarios soviéticos habrían extraído sus millones?
Subrayemos además que esas posiciones de los burócratas estalinistas han superado desde hace tiempo el estado de privilegiados, pues se han servido precisamente de los privilegios que habían usurpado al principio de su evolución contrarrevolucionaria para izarse por encima de las masas como una verdadera clase cuya estructura definitiva está aún en vías de formación. Sin embargo quizás se prefiere sostener que la contrarrevolución rusa ha constituido una casta y no está creando una clase. Es igualmente posible, pero no cambia en nada el problema. En efecto, la diferencia esencial entre una clase y una casta reside en que la clase tiene por misión histórica desarrollar el sistema de propiedad que la ha engendrado. Tiene pues, al comienzo de su reinado una trayectoria a recorrer progresivamente. Fue el caso de la clase burguesa hoy en decadencia, y visto bajo este ángulo, a la capa dominante de la sociedad rusa no puede dársele el nombre de clase sin adoptar la teoría del colectivismo burocrático. Esta decadencia de la clase dominante encadena, en ausencia de una revolución social que transtorne de cabo a rabo las relaciones de propiedad, la decadencia de todo el cuerpo social. Es en este terreno donde surgen las castas, auténticos productos de la podredumbre general. El tipo clásico es el de los bramanes hindúes ,que provienen de la prolongada decadencia de la civilización de la India. Esta casta de bramanes tiene un carácter religioso que, a primera vista, parece diferenciarla suficientemente de las estratificaciones sociales que se están formando en la Rusia estalinista; sin embargo si miramos con mayor atención vemos que este carácter religioso está en vías de elaboración en Rusia. Los fantásticos honores con los que se rodea a la persona de Stalin tienden evidentemente a convertirlo en el jefe de un nuevo rito, una especie de profeta. La existencia de los creadores de religiones ha sido rodeada de fábulas de la misma naturaleza que las que envuelven a Stalin. El inca era "hijo del sol", el emperador de China, "hijo del cielo", Stalin es el "sol de los pueblos", el "padre de los pueblos".
Puede señalarse otra diferencia entre casta y clase: esta última, producto de una revolución social, ha adquirido poco a poco "derechos" que a sus ojos, constituyen la justificación de su dominio. En cambio, la casta, nacida de la decadencia de la sociedad, cuando todo, desde las ideas hasta las clases y la propiedad, han sufrido un lento proceso de disolución, no hay nada en el pasado que justifique, inclusos a sus propios ojos, su dominio. No encontrando ninguna respuesta en la tierra, debe necesariamente encontrarla en el cielo de donde extrae su mito.
A nuestro parecer la situación interior rusa desconfía tanto de la posibilidad de creación de una clase sobre la base del capitalismo de Estado existente hoy en Rusia (en consecuencia, no muy diferente de la clase burguesa que conocemos en el resto del mundo) como de una casta de carácter religioso. En realidad, la burocracia estalinista combina hoy estas dos formas sociales. Todavía no se identifica con ninguna de ellas y sólo el ulterior desarrollo de la situación, tanto en Rusia como en el resto del mundo, le permitirá afirmar una u otra tendencia. Pero si la burocracia estalinista llega a formar una clase, ya no podrá jugar en todo caso el papel progresivo de toda clase en su período ascendente puesto que ésta - subespecie de la clase burguesa, repitámoslo - se insertará fuertemente en la burguesía mundialmente considerada y no podrá servir más que a precipitar su decadencia. A menos que se admita la teoría del colectivismo burocrático que, por nuestra parte, rechazamos.
Por supuesto, todo esto sólo tiene validez, en ausencia de una revolución proletaria triunfante.
De todo lo anterior se desprende que la revolución socialista, a la que tienden espontáneamente todos los pueblos de Europa, es para la burocracia rusa una auténtica pesadilla que debe disipar cueste lo que cueste para poder sobrevivir y prosperar, y de ahí la necesidad que tiene de abatir la revolución socialista en todos los sitios donde brote, bajo pena de sucumbir ella misma. El ejemplo de la revolución española es, desde este punto de vista, particularmente clarificador.
En julio de 1936, los trabajadores españoles se apoderaron de todo el aparato económico del país, disolvieron todas las instituciones burguesas, incluida la justicia, la policía y el ejército. El Estado burgués desapareció entonces como un fantasma a las primeras luces del alba. Lo que subsistía en Madrid, no gobernaba sino es con el permiso de los comités obreros. Pero el stalinismo está vigilante y acaba de aplastar en el cascarón el movimiento revolucionario de las masas francesas (junio de 1936). Se levanta contra las milicias obreras en favor del ejército burgués, contra los comités en favor del Estado burgués, trabaja infatigablemente para crear, bajo su control, un gobierno de unión nacional (gobierno Negrín) bajo cuya protección asesina y encarcela a los revolucionarios antes de entregar la revolución a Franco, que acabará su obra, permitiéndole guardar vagamente las apariencias y dejando paso libre a la guerra imperialista, que ayuda a desatar con el pacto Hitler-Stalin, y que una revolución triunfante en España hubiera impedido.
Recordemos que los procesos de Moscú comienzan con la revolución española y dan todo su sentido a la acción que el stalinismo va a emprender en la península. Constituyen una auténtica oferta de servicios dirigida a la burguesía mundial. A esta burguesía, la burocracia staliniana le dice: "Mirad, la revolución ha terminado; hemos asesinado a quienes la llevaron a la victoria. Estamos bien organizados en todo el mundo y somos capaces de hacer lo mismo donde sea necesario. Confiad en nosotros, estamos tan interesados como vosotros en mantener el orden capitalista. Y sólo nosotros podemos salvarlo". Y lo probaron de nuevo en España como más tarde lo probaron en Europa, en el momento de la "liberación", en los territorios que ocupan y en los que dominan los partidos stalinianos.
El papel de la burocracia staliniana no ha sido pues el de "arruinar una serie de posibilidades revolucionarias", sino el de ayudar a aplastar, o aplastar a conciencia todo movimiento revolucionario desde el momento que representara algún peligro para la burguesía, y por lo tanto para la propia burocracia.
[...]
CONCLUSIONES.
En resumen, y para concluir, la IV Internacional no será capaz de cumplir su misión revolucionaria si no abandona sin reservas la defensa de la URSS en favor de una política de lucha sin cuartel contra el capitalismo y su cómplice, el stalinismo.
Para conducir victoriosamente esta lucha, hay que desvelar a cada paso y en la práctica el carácter contrarrevolucionario de la burocracia rusa que se erige en el interior [de Rusia] como una clase en vías de formación, que oprime [en el exterior] a Europa oriental y Asia. Hay que desenmascarar la mentira de sus "nacionalizaciones" y "reformas" agrarias, desarrollar la fraternización entre ocupantes y ocupados, declarando claramente que ni unos ni otros no tiene nada que defender en Rusia, sino que destruirlo todo igual que en cualquier Estado capitalista, así como a los agentes del Kremlin participen o no en el gobierno. La fraternización entre ocupantes y ocupados debe ser el tema central de nuestra agitación en los territorios ocupados, sea cual fuere la potencia ocupante. Es la única forma de combatir el chovinismo tanto entre los vencidos como entre los vencedores, y de preparar en frente internacional de los explotados contra los explotadores. Al mismo tiempo, la evacuación de todos los territorios ocupados, incluidos los ocupados por los rusos, debe exigirse con una creciente insistencia.
En el resto del mundo, debemos mostrar en todo momento que el stalinismo sólo es el agente nacional de la política exterior del Kremlin, cuyos intereses son siempre opuestos a los de la revolución socialista, que sería su definitiva ruina; que la suerte de los trabajadores le es totalmente indiferente; que es el mejor defensor de la burguesía nacional porque no prevé más porvenir que el ligado a la suerte de la contrarrevolución rusa.
Por lo tanto, la consigna del gobierno PS-PC-CGT para Francia, y toda consigna similar en cualquier otro país, debe ser abandonada pues no apunta más que a romper el empuje revolucionario de las masas entregando la vanguardia a la Gepeú (la siniestra policía política de Stalin N. de R.).
La política de frente único de organización a organización en la etapa presente, debe ser abandonada en lo que concierne a los partidos "obreros" tradicionales. Debe ser sustituida, desde ahora, por proposiciones de frente único a las organizaciones obreras minoritarias que sean susceptibles de dar resultados inmediatos, como por ejemplo los anarquistas. Sin embargo, el frente único, en tareas precisas e inmediatas debe ser preconizado sin desfallecer en la fábrica, en la localidad y si fuera posible en la región.
Nuestro programa transitorio debe ser podado del mismo modo. Debe desaparecer por el momento, la reivindicación relativa a la Constituyente, y también todas las consignas que reposan en una concepción progresiva de nuestro programa para las masas en la actual etapa. El mundo atraviesa hoy una crisis revolucionaria aguda y nuestra organización debe prepararse para las luchas decisivas que se avecinan, ya que no puede esperarse ningún desarrollo del capitalismo, sea o no sosegado. Así pues debemos plantear, popularizar y explicar sin descanso la consigna de la formación de consejos obreros democráticamente elegidos en los lugares de trabajo, a fin de que pueda ser aplicada a la primera ocasión. A esta consigna deben añadirse todas las consecuencias que implica: formación de milicias obreras que obedecen únicamente a los comités elegidos por las masas, desarme de las fuerzas burguesas, congreso de los comités obreros, disolución del Estado burgués y creación del Estado obrero.
Al mismo tiempo, en el plano económico, la agitación debe insistir fundamentalmente en la escala móvil de salarios, unida a la escala móvil de horas de trabajo sin disminución de salario, y en todas sus ramificaciones: puesta en marcha por los obreros de fábricas cerradas por los capitalistas, embargo del haber de los capitalistas por los obreros empezando por los beneficios de guerra y del mercado negro, y por último la confiscación de las fábricas y las tierras por los comités obreros democráticamente elegidos en los lugares de trabajo.
Tal debe ser nuestro programa actual. Sólo así los trabajadores comprenderán que "no existe otra salida que la de unirse todos bajo la bandera de la IV Internacional" [...]. Ha llegado el momento en que las consignas de propaganda que antes venían como conclusión de nuestros manifiestos, han de transformarse en consignas de agitación inmediata. Lo precedente constituye la política clara y precisa de una vanguardia que se orienta resueltamente a la realización de las tareas revolucionarias y se prepara a guiar el proletariado a la toma del poder en cada país, de donde saldrá la constitución de los Estados Unidos socialistas de Europa y del mundo, consigna final de la IV Internacional. Sin embargo, esta consigna no debe ser imprecisa, como una tarea lejana cuya realización vendrá a su tiempo. Desde ahora mismo debe preparase un plan de producción para satisfacer las necesidades de las masas en la medida que los contactos internacionales lo permitan, por ejemplo entre el proletariado de los países de Europa occidental. Nuestros grupos y partidos deben tomar la iniciativa. Tal plan, opuesto a los proyectos de miseria y de opresión de la burguesía tendría un poder de atracción considerable para todos los trabajadores, pues mostraría concretamente las posibilidades que se desprenden de la destrucción del poder burgués y del establecimiento de los Estados Unidos socialistas y del mundo.
México, septiembre 1946.